El romance eterno de Luis Miguel y sus fans

clarin.com / Geraldine Mitelman
10/19/2014

Algunos artistas necesitan reciclarse y aggiornarse para así rejuvenecer su música y -como dice la 'Chiqui' Legrand- satisfacer al público que se renueva junto con el de siempre. Pero Luis Miguel probó ser de aquella vieja escuela de la que se gradúan pocos: es, simplemente, inoxidable. Lo demostró con la seguidilla de shows que dio en el Movistar Arena de Santiago de Chile, el miércoles, jueves y viernes, a caballo de la gira con la que volvió al ruedo, The Hits Tour.

Anoche se esperaba su presentación en la Quinta Vergara, de Viña del Mar, y mañana está previsto su arribo a Buenos Aires, en un vuelo privado. Se hospedará junto a su equipo en el Hotel Faena, de Puerto Madero y el martes dará su primer concierto, en la exclusiva gala de La Rural. El 23, 24, 25 y 26 será el turno de sus presentaciones en el estadio GEBA.

El miércoles a las 22, una hora después de lo pautado, Luismi hizo contacto con el público chileno. Una impuntualidad poco común en él, pero que sus chicas incondicionales dejaron pasar, conmovidas por su blanca y mágica sonrisa.

El arranque no fue de boleros sino al ritmo del acaramelado mambo Quién será, del mexicano Pablo Beltrán Ruiz. Las primeras estrofas sonaron casi como una provocación: “Quién será la que me quiera a mí/quién será la que me dé su amor/quién será... y el domo ubicado en el Parque O’Higgins se vino abajo por los alaridos ensordecedores de las 11.000 fans que pagaron 207.000 pesos chilenos (¡unos 4.000 pesos argentinos!) para verlo en las primeras 30 filas.

“Sin dudas valió la pena esta tremenda espera. No sólo ésta, de una hora, sino la de los últimos 30 años”, contaban emocionadas Amparo y Sofía. Tomadas de la mano, llevaban sombreros bombines y corbatas con imágenes de Luis Miguel. Estas dos amigas de 47 años siguen a su ídolo desde la adolescencia, pero no habían tenido la oportunidad de verlo en vivo.

Con un jopo inflado y tirante, impecable traje oscuro y camisa blanca, el cantante continuó con su repertorio de clásicos, muchos de la primera época de su carrera, que ya lleva 35 años: Tú, sólo tú, Suave, Amor, amor, amor y Que tú te vas, sonaron sin pausa, en el primero de los varios medley (popurrís) que le permitieron incluir más canciones en su set list.

Recién al promediar 20 minutos de show, el ídolo azteca saludó al público con un escueto “muchísimas gracias, saludo a todo Chile desde aquí, de Santiago”.

Aunque muchos insistan en hablar de su estado físico y se empecinen con desdibujar su figura -como si un hombre que pasó los cuarenta tuviera la obligación de lucir como a los veinte-, Luis Miguel puede jactarse de tener un estado físico envidiable y ser, por qué no, el heredero de los movimientos pélvicos de Sandro y Elvis juntos (con un toque personal de “caidita de hombro con saco” que a sus admiradoras las vuelve locas).

Sabe de memoria cómo conquistarlas: un show cronometrado, sin distorsiones, con dosis reguladas de sonrisas y miradas penetrantes que podrían hasta resultar un poco frías de tan estudiadas. Es que hay una parte de su fama de pocas pulgas que radica en la exigencia con su equipo y en ese sentido, algo que sorprendió durante esta gira es que, sin avisar y después de muchos años, Luis Miguel probó sonido y ensayó durante la tarde junto a su Big Band -que suena impecable y merece un párrafo aparte- antes de ofrecer sus shows. Y se espera que repita una rutina similar durante sus conciertos acá.

Se sabe que a Luis Miguel no le gusta que se filtre nada de su intimidad (una vez dicen que se puso como loco porque se reveló lo que comió durante un show). Sale poco del hotel y se maneja con los mismo movimientos de un fantasma. Pero siempre, por algún lado, sus requerimientos se filtran. A Chile llegó en su avión privado y aterrizó en el Aeropuerto Pudahuel en medio de un importante operativo de seguridad: camionetas polarizadas negras, trajes negros y guardaespaldas ídem. De ahí se trasladó, sin hablar con nadie, hacia el Hotel Ritz Carlton, en el exclusivo barrio de Las Condes. “Hartas exigencias ha traído el Luis Miguel”, se escuchó decir. En el camino, se ganó el apodo de “el no me miren”, pero muchos dicen que no es su culpa, sino de sus custodios, que lo protegen más de la cuenta.

Los mismos que debieron sostenerlo de las presillas del pantalón cuando, 20 temas y una hora y media después, se acercó a saludar a las chicas de las primeras filas. Con el clásico Labios de miel que suele cerrar sus shows, Luismi recogió rosas rojas, blancas y corazones de peluche. Sonaron los últimos acordes y el cielo explotó en papelitos rojos, blancos y verdes mientras el mexicano dejaba el escenario y desaparecía en las sombras.

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