Luis Miguel

Por José Luis Martínez S. / etcetera.com.mx

Los fundamentalistas dirán que es ridículo, pero desde hace tiempo Luis Miguel ocupa un lugar de privilegio en la historia de la música mexicana -y en esta certeza poco importa si nació en Puerto Rico o si sus padres eran extranjeros: aquí edificó su carrera y al margen de los azares geográficos eligió la nacionalidad que lo identifica ante el mundo.

Lo quieran o no los guardianes de la tradición, gracias a él renació el bolero y las canciones de César Portillo de la Luz, José Antonio Méndez o Consuelito Velázquez volvieron a escucharse en todas partes. Rescató del olvido muchas obras, muchos autores. Puso en los cuernos de la luna "Cuando calienta el sol", de los Hermanos Rigual y durante varios años Armando Manzanero fue su productor de cabecera y uno de los compositores esenciales en su repertorio.

Pero Luis Miguel no se ha encasillado en el bolero -como sí lo hizo Carlos Cuevas, por ejemplo- ni se ha contentado con desempolvar viejos temas -como lo hacen tantos ahora, incluida Lucía Méndez con los éxitos de Virginia López-. No; tampoco se ha montado en la ola de quienes pretenden triunfar cantando en inglés. El traza y sigue su propio camino, a veces se equivoca, es cierto, pero siempre vuelve a intentar propuestas nuevas y en este intento extiende el abanico de sus posibilidades y alcances como intérprete.

Luis Miguel es un ídolo, ni duda cabe, pero además es también un cantante honesto y propositivo, completamente distinto a Ricky Martin o Enrique Iglesias, productos modelados tajantemente por la mercadotecnia.

En este contexto, parece irrelevante si a uno le gusta o no cómo canta Luis Miguel, cómo se viste, cómo se para en un escenario. En gustos se rompen géneros pero resultaría insolente y mezquino negarle los méritos que ha cultivado -conquistado- a lo largo de su carrera... Además, por qué negarlo: algunas veces disfruto escucharlo, sobre todo cuando estoy bien, cálidamente acompañado.

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