
Es la historia de un amor como no hay otro igual.... El estribillo del
bolero Historia de un amor resume la relación entre Luis Miguel y su público.
Está claro que aunque el mexicano cantara el Arroz con leche, sus admiradoras
enloquecerían igual, sólo porque de su garganta saldría un: "...me
quiero casar". Así quedó demostrado una vez más, con su presentación
el jueves y el viernes —y sigue hoy— en el estadio de Vélez. Luis Miguel
aparece en el escenario y las fans gritan; él empieza a cantar y ellas
gritan más; él hace un mohín y... más gritos.
Pero hay que reconocerle que, ya sea con una balada pop, una típica
ranchera mexicana o con uno de los boleros que él volvió a convertir
en clásicos, Luis Miguel despliega carisma. Y parte de ese carisma está
en su voz, que suena con fuerza y convicción en cualquiera de esos registros.
O sea, es creíble cuando interpreta.
Con una hora de demora, en una noche clara y ventosa, el cantante apareció
en escena atravesando una puerta de papel, en una escenografía casi despojada:
apenas unas columnas tipo pérgola, adornadas con flores que le daban cierto
aire de portal mexicano al escenario. Eso y una iluminación cuidada alcanzan
porque Luis Miguel, de traje negro, piel bronceada y pelo engominado es
su propia escenografía. Unos pocos movimientos le bastan para dominar el show.
Para el segmento más pop, donde pasó por Suave, Dame tu amor y Sol, arena
y amor, lo acompañaron ocho músicos y dos coristas. Después cambió su saco
negro por uno blanco y camisa sin corbata y siguió con los temas más
conocidos de sus discos Romance y Romance 2, como No sé tú, Nosotros,
Por debajo de la mesa y otros. Con el inicio de cada canción, las chicas
y no tan chicas se empeñaban en pararse sobre las sillas de plástico de
la platea, a pesar del cartelito que lo prohibía. Los hombres de seguridad
tuvieron que hacer esfuerzos sobrehumanos para controlar la situación pero
todo era inútil. A cada mínimo gesto de Luismi, las mujeres saltaban como
resorte a treparse a las sillas.
"Gracias por estar acá, les mando un saludo cariñoso a toda la Argentina",
dijo el cantante, en una de las pocas veces que habló. Se dedicó a cantar
más de 30 temas, casi sin parar, apenas interrumpidos por un par de cambios
de vestuario. La camisa negra prolijamente desabrochada y el pantalón con
la guarda en el costado le pusieron aire de charro para presentar a mis
mariachis, con traje y sombrero blancos. Y hubo unas cuantas canciones
de su tierra, del disco México en la piel.
Por la pantalla a sus espaldas pasaban flores, velas y llamaradas. Y era
de allí mismo también donde se veía su cara, condescendiente y divertida,
con el tono desafinado del público.
Con pocos temas nuevos, el final fue con el famoso: ...noche... lluvia...
playa, será que no me amas, y una lluvia de papelitos de colores. La luna,
que en algún momento amenazó con llenarse de agua, volvía a estar limpia.
Como para una serenata.